Hace poco leí un artículo donde Pascal Lamy, Director General de la Organización Mundial del Comercio, hablaba de su “misión” de lograr el desarrollo de los países en desarrollo y del rol de la OMC, de la negociación de Doha y del libre comercio en esa “misión”. Hace casi un año, el Presidente del Grupo Negociador sobre NAMA ilustraba a los participantes de esa negociación sobre su “visión” de cuáles deberían ser los aranceles industriales que distintos grupos de países debían aplicar durante los próximos años.
Todo este vocabulario, el pensamiento que lo provoca y las actitudes “evangelizadoras” que ese pensamiento motiva, me hicieron pensar en la OMC como una especie de “iglesia” del libre comercio, donde su Director General, haciendo las veces de papa del libre comercio busca expandir su credo como una “misión”. Una “misión” es un “poder o facultad que se da a alguien de ir a desempeñar algún cometido”[1]. El problema aquí es que no creo que Lamy esté cumpliendo su misión en esta acepción particular del término (lo cual sería perfectamente lógico si consideramos que no deja de ser un empleado de los Estados Miembros de la organización), sino que aspira a cumplir una misión como si fuera una “salida o peregrinación que hacen los religiosos y varones apostólicos de pueblo en pueblo o de provincia en provincia, o a otras naciones, predicando el Evangelio”[2].
Cuál es ese Evangelio? Acá entra a jugar el concepto de “visión”, al que hizo referencia el Embajador Stephenson en uno de sus documentos. Y si por visión entendiéramos sólo un “punto de vista particular sobre un tema, un asunto, etc.”[3], no existiría ningún inconveniente, dado que restaría como algo personal que no se manifestaría en el cumplimiento de una “misión” como una facultad para desempeñar un cometido. El problema está dado cuando la “visión” a la que se hace referencia se define como una “iluminación intelectual infusa sin existencia de imagen alguna”, o como un “conocimiento claro e inmediato sin raciocinio”[4]. A partir de ahí poco importa para quienes tienen que implementarla la “misión” como instrucción recibida de los Miembros y pasa a priorizarse la “misión” como gesta evangelizadora de una “visión” considerada como la correcta.
Cabe preguntarse por supuesto si la intención evangelizadora es realmente la razón de las acciones de ciertos personajes o si detrás de ella no se esconden simplemente intereses particulares que nos hacen volver al concepto de “misión” como un encargo de algunos. Sabemos, por ejemplo, que si a la conquista de América se le quitaba la intención evangelizadora, ese hecho histórico aparecería simplemente como el caso de un pueblo poderoso que se enfrenta con uno débil, lo vence, lo explota y acrecienta las posibilidades mercantilistas de la Metrópoli. De cualquier modo, aunque la misión que han encarado algunos de los responsables de la Ronda Doha responda a una visión o a una instrucción, es muy probable que los resultados sean los mismos.
Como si todo esto fuera poco, el mismo funcionario que justificó un determinado resultado de las negociaciones en su “visión” particular, se le ocurrió convocar a reuniones “confesionales”. Lo más probable es que, como ocurre en otras confesiones (“parte de la celebración del sacramento de la penitencia o reconciliación, en la que el penitente declara al confesor los pecados cometidos”[5]), los pecadores vuelvan a repetir los pecados del Domingo anterior. Después de todo, cada uno tiene su visión de las cosas, aunque las capacidades evangelizadoras sean diferentes.
[1 a 5] Diccionario de la Real Academia Española.
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